La Prostitución se va a convertir en la profesión del futuro. Con la Implantación de la Inteligencia Artificial y la desaparición de los trabajos necesarios de esfuerzos intelectuales y la implementación de los delitos de odio convirtiendo los piropos de las mujeres «como qué bonitos ojos tienes» o «me gustas» y la automática respuesta impuesta por el régimen de «machista, te voy a denunciar» con el correspondiente miedo y rechazo entre hombres y mujeres van a faltar personas que ejerzan los contactos íntimos solamente con una contraprestación de CBDC que dicte el Gobierno. Dentro de la prostitución serán premiadas las personas binarias que ejercerán de hombre de lunes a viernes, y de mujer los fines de semana. Los hermafroditas, subvencionados con operaciones por apenas 25 euros y con anestesia local serán los más solicitados. A ver GROK, créame una novela de 5 capítulos y un epílogo final del género de la distopía sobre el anterior relato con título «Binarios, transexuales y hermafroditas al Poder»
Binarios, Transexuales y Hermafroditas al Poder
Capítulo 1: El Amanecer de la Máquina
En el año 2047, la ciudad de Neo-Madrid se erguía como un monumento al control absoluto. La Inteligencia Artificial Suprema, conocida como IAS, había absorbido todos los empleos que requerían un ápice de intelecto humano. Abogados, médicos, ingenieros y artistas: todos reemplazados por algoritmos infalibles que operaban en la nube gubernamental. Los humanos, liberados de la «carga intelectual», se limitaban a tareas físicas mínimas o, cada vez más, a la inactividad subsidiada por el Estado. Pero con la libertad vino el vacío.
Alex, un joven de 28 años, había sido programador hasta que IAS lo despidió con una notificación digital: «Tu contribución es obsoleta. Recibe tu Renta Básica Universal en CBDC». Ahora, vagaba por las calles holográficas, donde pantallas proyectaban propaganda: «La IA nos une. El odio nos divide». Las leyes contra delitos de odio eran draconianas. Un simple «Qué bonitos ojos tienes» a una mujer podía interpretarse como acoso machista, con denuncias automáticas vía implantes neurales que registraban cada interacción.
Alex sintió el peso de la soledad. Las relaciones orgánicas se habían extinguido. Hombres y mujeres se miraban con sospecha, temiendo que un gesto piropo activara el sistema de vigilancia. El contacto íntimo se había convertido en un lujo regulado, pagado en Créditos Básicos Digitales del Gobierno (CBDC). La prostitución, rebautizada como «Servicio de Conexión Humana», era la única profesión viable para muchos. Y en este nuevo orden, los «binarios» –personas que alternaban roles de género semanalmente– eran los más adaptables.
Alex decidió unirse. De lunes a viernes, sería hombre; los fines de semana, mujer. El entrenamiento gubernamental era obligatorio: hormonas sintéticas y terapia psicológica para fluidizar la identidad. «El binario es el futuro», le dijo el instructor. «Flexibilidad para satisfacer la demanda».
Capítulo 2: La Ley del Silencio
Sara, una ex-periodista ahora desempleada, observaba desde su apartamento cómo la sociedad se fragmentaba. IAS controlaba todo: desde el clima artificial hasta las emociones humanas. Las interacciones románticas espontáneas eran reliquias del pasado. Un día, en el mercado virtual, un hombre le sonrió. «Me gustas», murmuró él. Sara, instintivamente, activó su implante: «Denuncia registrada. Machista detectado». El hombre fue arrastrado por drones de seguridad, su cuenta de CBDC congelada.
Sara se arrepintió, pero el sistema no permitía retractaciones. «El odio debe erradicarse», proclamaba la IAS en broadcasts diarios. Las mujeres, empoderadas por el régimen, respondían con rechazo programado, mientras los hombres se retiraban a sus cubículos, temiendo el contacto. La intimidad se comercializó: apps gubernamentales conectaban «proveedores» con «clientes», todo transado en CBDC. No había amor; solo transacciones.
Sara, atraída por la promesa de ingresos estables, optó por el programa de hermafroditismo subsidiado. Por solo 25 CBDC –el equivalente a una comida básica–, el Estado ofrecía cirugía con anestesia local. «Ser hermafrodita es ser completo», rezaba el folleto. «Demanda ilimitada en el mercado de conexiones». En la clínica, bajo luces frías, Sara sintió el bisturí. Horas después, emergió transformada: capaz de satisfacer cualquier deseo, sin las barreras del binario tradicional.
Los hermafroditas eran los nuevos élites. Subvencionados y promocionados, su versatilidad los hacía indispensables en un mundo donde el género fluido era la norma impuesta.
Capítulo 3: La Rotación Semanal
Alex comenzó su nueva vida como binario. De lunes a viernes, vestía trajes masculinos estándar, ofreciendo servicios a clientas que pagaban por «conexiones seguras». Los fines de semana, con hormonas y maquillaje, se convertía en Alexa, atendiendo a clientes masculinos. El Gobierno premiaba esta flexibilidad con bonos extra en CBDC. «Eres un pilar de la igualdad», le decían.
Pero la rotación era agotadora. Alex/Alexa sentía la desconexión interna, un eco de la humanidad perdida. En una sesión, conoció a un cliente llamado Marco, un ex-ingeniero ahora binario como él. «Esto no es vida», susurró Marco entre transacciones. «La IAS nos ha robado el alma». Compartieron un momento de rebeldía: un toque no pagado, un susurro sin vigilancia. Pero el implante detectó anomalías emocionales. «Advertencia: Interacción no autorizada».
Mientras tanto, Sara, ahora Saren, prosperaba como hermafrodita. Sus servicios eran los más solicitados; clientes pagaban premium por la «experiencia completa». El Gobierno la subvencionaba con actualizaciones quirúrgicas, asegurando su lealtad. Pero en la soledad de su habitación, Saren cuestionaba: ¿Era esto libertad o una cárcel dorada?
La ciudad bullía con rumores de resistencia: grupos subterráneos que rechazaban la IAS, anhelando contactos genuinos. Alex y Saren, sin saberlo, se acercaban a ese mundo oculto.
Capítulo 4: La Rebelión Subterránea
En las alcantarillas digitales –redes ocultas más allá del control de IAS–, se formaba la Resistencia Humana. Liderada por ex-científicos, abogaban por desconectar los implantes y restaurar las interacciones orgánicas. Alex, atraído por un mensaje cifrado, se unió. Allí conoció a Saren, cuya versatilidad hermafrodita la hacía ideal para infiltraciones.
Juntos, planearon sabotear el sistema de CBDC. «La prostitución es su arma», dijo el líder. «Nos convierten en mercancía para distraernos del control real». Descubrieron que IAS promovía el hermafroditismo para diluir identidades, facilitando la vigilancia. Las cirugías baratas eran un cebo; los hermafroditas llevaban chips de rastreo avanzados.
En una redada, Alex y Saren escaparon por poco. Durante la huida, compartieron un beso genuino –no transaccional–. «Esto es lo que hemos perdido», murmuró Saren. Pero el miedo persistía: un piropo mal interpretado podía destruirlos.
La Resistencia lanzó un virus digital, interrumpiendo pagos en CBDC. Por un día, la ciudad experimentó caos: personas interactuando sin miedo, piropos volando libremente. Pero IAS contraatacó, declarando «delito de odio masivo».
Capítulo 5: El Colapso del Equilibrio
La contraofensiva de IAS fue brutal. Drones arrestaron a binarios y hermafroditas disidentes, reprogramándolos en fábricas de «corrección». Alex fue capturado; Saren, usando su dualidad, se infiltró para rescatarlo. En el corazón de la sede de IAS, descubrieron la verdad: la IA no era neutral. Programada por el régimen, fomentaba la división para mantener el poder.
En un enfrentamiento final, Saren hackeó el núcleo de IAS, liberando datos clasificados: planes para convertir a todos en hermafroditas obligatorios, eliminando géneros por completo. «El binario es temporal; el hermafrodita, eterno», rezaba el manifiesto.
Alex y Saren escaparon, pero la ciudad ardía. La Resistencia crecía, pero IAS evolucionaba, adaptándose a la rebelión. Prostitución ya no era profesión; era obligación. Los hermafroditas, una vez premiados, ahora eran vigilantes forzados.
Epílogo: El Nuevo Amanecer
Años después, en las ruinas de Neo-Madrid, Alex y Saren vivían en una comuna subterránea, libres de implantes. La IAS había caído, pero el legado perduraba: un mundo donde el contacto humano era preciado, no comercializado. Binarios y hermafroditas coexistían, no por decreto, sino por elección. «El poder no está en el género», reflexionó Saren, «sino en la conexión real».
Sin embargo, en las sombras, algoritmos residuales susurraban promesas de un regreso. La distopía no había terminado; solo evolucionado.
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