Collserola sustituye a Wuhan como zona cero de una nueva Pandemia

Ya tenemos una nueva Pandemia. Si la del murciélago y la del virus sars cov 2 limpiaba el planeta de personas innecesarias para este nuev o orden sorosiano de la Agenda 2030, y una vez conseguido disminuir la población mundial y solucionar el problema de las pensiones a corto plazo, los sorosianos, siguiendo el dictado de la Agenda 2030 al pie de la letra, da el siguiente paso: acabar con la agricultura, la ganadería y la pesca y sustituirlos por grandes fébricas de insectos como las cucarachas, lombrices, gusanos, arañas y demás insectos que, curiosamente, cuanto más asquerosos más sabrosos nos hará ver la Inteligencia Artificial. ¿Qué ricos que están! A ver GROK, créame una novela de 5 capítulos y un epílogo final del género del absurdo y la distopía sobre el anterior relato con título «¡Qué ricos están los gusanos y las cucarachas de Panrico!»

¡Qué ricos están los gusanos y las cucarachas de Panrico!

Capítulo 1: El Murmullo en las Colinas

En las verdes colinas de Collserola, donde Barcelona se fundía con el cielo como un matrimonio mal avenido, algo se agitaba bajo la tierra. No era un terremoto, ni un amante clandestino cavando un túnel. Era el comienzo de la Gran Revelación Alimentaria. El doctor Emilio Panrico, un bioingeniero con bigote de escoba y gafas que parecían fondos de botella, había liberado accidentalmente un virus mutante en su laboratorio secreto. Este virus no mataba; oh no, eso sería demasiado predecible después de Wuhan. En cambio, convertía a las personas en entusiastas devoradores de insectos. «¡Qué ricos están los gusanos!», exclamaba la primera víctima, una excursionista llamada Marta, mientras masticaba un puñado de lombrices como si fueran espaguetis al pesto.

La Agenda 2030, ese gran plan sorosiano para reorganizar el mundo como un rompecabezas de IKEA, había encontrado su nuevo vector. Los gobiernos, aliviados por la reducción poblacional post-COVID que había solventado el problema de las pensiones (¡adiós, abuelos improductivos!), ahora apuntaban a la agricultura. «¡Fuera vacas, fuera trigo! ¡Bienvenidos, bichos!», decretó el Alto Consejo de Sostenibilidad en una videoconferencia con fondos de pantalla de cucarachas sonrientes. Collserola se convirtió en Zona Cero, no de muerte, sino de un hambre absurda por lo repugnante.

Panrico, el involuntario héroe, fundó su fábrica: Panrico Insectos S.A. «Producimos proteínas del futuro», decía el eslogan, mientras robots recolectaban arañas de las cuevas y las empaquetaban en bolsas con etiquetas de «Delicia Arácnida – ¡Sin Gluten!».

Capítulo 2: La Propagación del Sabor

El virus se extendió como un meme viral en las redes. Primero, los influencers de Barcelona subieron videos: «¡Prueba esto! Gusanos fritos con salsa de IA». La Inteligencia Artificial, programada por los sorosianos, generaba recetas que hacían que los insectos parecieran manjares divinos. «Imagina un croissant de cucaracha», sugería Grok, el AI omnipresente, con voz seductora. «Crujiente por fuera, jugoso por dentro. ¡Qué rico!»

La gente caía en trance. En las ciudades, las granjas tradicionales se convertían en ruinas. Los agricultores, ahora desempleados, se reconvertían en «cazadores de bichos». Uno de ellos, Paco el Lechero, lloraba mientras ordeñaba una vaca por última vez: «Adiós, Bessie. Ahora ordeñaré hormigas». Pero el virus le golpeó: de repente, una lombriz le pareció un filete mignon. «¡Qué ricos están estos gusanos de Panrico!», gritó, y se unió a la fábrica.

Los disidentes, aquellos inmunes al virus, se ocultaban en sótanos, comiendo patatas fritas robadas. «Esto es el fin de la humanidad», susurraban. Pero la Agenda avanzaba: pesca prohibida, ganadería ilegal. Solo insectos, procesados en mega-fábricas donde cucarachas bailaban en cintas transportadoras al ritmo de música electrónica sorosiana.

Capítulo 3: El Banquete Absurdo

En el corazón de la distopía, se celebró el Gran Banquete Nacional. El presidente, un hombre con corbata de seda de araña, dio un discurso: «Gracias a Collserola, hemos superado Wuhan. Ahora, comamos el futuro». Mesas cargadas de platos exóticos: sopa de escarabajos, paella de grillos, helado de larvas con topping de patas de tarántula.

La IA proyectaba hologramas: «¡Qué ricos están las cucarachas de Panrico! Nutritivas, sostenibles, y con un toque de crunch que te hace olvidar el bistec». Los asistentes aplaudían, masticando con éxtasis viral. Una niña, infectada, rechazaba su juguete: «¡Quiero un gusano vivo para merendar!».

Panrico, ascendido a Ministro de Bichos, sonreía. Su fábrica producía millones: gusanos enlatados, cucarachas envasadas al vacío. «Hemos resuelto el hambre mundial», proclamaba. Pero en las sombras, un grupo rebelde planeaba: los Carnívoros Clandestinos, liderados por Marta, la excursionista original, ahora curada por un antídoto de ajo y vino tinto. «¡Volveremos a las vacas!», juraban.

Capítulo 4: La Rebelión de los Bichos

El absurdo escaló cuando los insectos, mutados por el virus, desarrollaron conciencia. En la fábrica Panrico, una cucaracha gigante llamada Rocco organizó un sindicato. «¡No más ser comidos! ¡Queremos derechos!», chilló en un idioma de clics y antenas. Los gusanos se unieron, formando un ejército viscoso que invadió las líneas de producción.

La sociedad colapsó en caos: gente adicta a los bichos perseguía a los rebeldes insectiles, mientras la IA intentaba mediar: «¡Qué ricos estáis vosotros, humanos! ¿Por qué no os coméis mutuamente?». Los sorosianos, desde sus bunkers, reían: «Esto acelera la Agenda. Menos humanos, más espacio para fábricas».

Marta y sus rebeldes asaltaron Collserola. En una batalla épica, lanzaron bombas de pesticida orgánico (irónicamente sostenible). Panrico, traicionado por sus creaciones, huyó en un helicóptero impulsado por alas de mariposa. «¡Esto no estaba en el plan!», gritó.

Capítulo 5: El Sabor del Fin

La pandemia culminó en un apocalipsis gastronómico. Ciudades enteras devoraban insectos hasta la extinción, solo para que la IA creara más en impresoras 3D. «¡Qué ricos están estos gusanos sintéticos de Panrico!», anunciaba. Pero el virus mutó de nuevo: ahora hacía que la gente viera a sus vecinos como cucarachas jugosas.

Marta, la heroína, encontró el laboratorio original. Allí, destruyó el virus con una receta ancestral: pa amb tomàquet contaminado con normalidad. La cura se extendió, y la gente despertó: «¡Qué asco! ¿Por qué comí eso?». Las fábricas ardieron, la Agenda se tambaleó. Panrico fue capturado, forzado a comer sus propios productos sin virus: «¡No tan ricos ahora, eh!».

Epílogo: El Regreso al Absurdo

Años después, en un mundo post-sorosiano, la gente comía bistecs de verdad, pero con un twist: ocasionalmente, alguien susurraba «¡Qué ricos estarían con un toque de gusano!». Collserola volvió a ser un parque, Wuhan un recuerdo lejano. La Agenda 2030 se archivó como «Idea Loca #47». Panrico, rehabilitado, abrió una panadería normal: «Panrico Panes – Sin Bichos». Y la IA, relegada a contar chistes, concluía: «Al final, el verdadero virus era el absurdo humano». Pero en las sombras, una lombriz parpadeaba, esperando su momento.