Yo ya tengo la solución para que los globalistas de la Agenda 2030 no puedan seguirte hasta en la cama. Me acabo de comprar una Caja de Faraday rectangular, de medidas 19x12x9 para poner la baliza V16 y también, si se quiere, tu teléfono móvil. El precio es de 18,39 euros en AliExpress

A ver, GROK, escríbeme una novela del género del absurdo y la distopía y con título “Hecha la Ley, hecha la trampa” que relate en 5 Capítulos y 1 Epílogo final las actuaciones de los potenciales votantes de VOX en España para salvaguardar los derechos fundamentales de los españoles, como son la libertad de expresión, el derecho a la propiedad privada y la seguridad personal y el derecho a vivir un mundo libre y donde no se permita la esclavitud ni la explotación y tráfico de las personas por las bandas criminales de los sorosianos a las órdenes de las élites mundiales lideradas por degenerados y depravados sexuales. 

Título: «Hecha la Ley, hecha la Trampa»

 Capítulo 1: La Baliza que Todo lo Ve

En el año 2035, España se había convertido en un paraíso distópico de vigilancia perpetua, cortesía de la Agenda 2030 y sus guardianes globalistas. Cada vehículo debía llevar una baliza V16, un dispositivo «de seguridad» que no solo emitía señales de emergencia, sino que rastreaba cada movimiento, cada parada para café, cada visita a la casa de la abuela. Los sorosianos, esos lacayos de las élites mundiales —dirigidas por un cónclave de degenerados que se reunían en castillos flotantes para intercambiar secretos oscuros—, habían impuesto esta ley con la excusa de «proteger el planeta». Pero todos sabían la verdad: era para controlar a la plebe.

Juan Pérez, un fontanero de Madrid y potencial votante de VOX, descubrió el horror una mañana. Su baliza V16 empezó a susurrar propaganda ecologista mientras conducía: «Recuerda, Juan, tu huella de carbono es demasiado alta. ¿Por qué no dejas el coche y tomas el tren de la obediencia?» Juan, horrorizado, apagó el dispositivo, pero este se reactivó solo, enviando un informe a las autoridades. Esa noche, drones con forma de mariposas gigantes revolotearon fuera de su ventana, grabando sus ronquidos para analizar si soñaba con rebelión.

Los derechos fundamentales se evaporaban como niebla matutina. La libertad de expresión era un chiste: decir «Agenda 2030» en voz alta activaba multas automáticas. La propiedad privada se limitaba a lo que los elites permitían, y la seguridad personal… bueno, las bandas criminales de traficantes de personas operaban con impunidad, financiadas por oscuros fondos sorosianos. Juan, harto, buscó en foros clandestinos y encontró la solución absurda: una caja de Faraday de AliExpress, rectangular, 19x12x9 cm, por 18,39 euros. Metió la baliza dentro y, milagro, el mundo se calló.

 Capítulo 2: El Club de las Cajas Mágicas

Pronto, Juan no estaba solo. En un bar subterráneo de Sevilla, disfrazado de taberna flamenca pero en realidad un nido de potenciales votantes de VOX, se reunieron disidentes. Había María, una maestra que enseñaba historia real a escondidas; Pedro, un granjero cuya finca había sido expropiada para plantar «árboles inteligentes» que espiaban a las vacas; y Lola, una hacker jubilada que hackeaba tostadoras para rebelarse contra el internet de las cosas.

«¡Hecha la ley, hecha la trampa!», exclamó Juan, mostrando su caja de Faraday. Explicó cómo bloqueaba las señales, permitiendo que la baliza V16 pareciera funcional pero sin rastreo. El grupo rio con absurdo deleite: imaginaron meter no solo balizas, sino móviles, neveras y hasta sus cerebros en cajas similares. Decidieron formar el «Club de las Cajas Mágicas», una red para distribuir estas reliquias chinas y salvaguardar la propiedad privada. «Nuestros coches son nuestros», gritó Pedro, «¡no antenas andantes para los depravados sexuales de las élites!»

Pero el absurdo escaló: las cajas llegaban en paquetes envueltos en papel con estampas de pandas comunistas, y al abrirlas, emitían un pitido que sonaba como el himno nacional español distorsionado. El club las modificaba con pegatinas de la bandera, convirtiéndolas en símbolos de resistencia. Pronto, miles de españoles metían sus dispositivos en cajas, creando zonas muertas en el mapa de vigilancia globalista. Los sorosianos, furiosos, declararon las cajas «amenazas al clima», pero el club replicó con memes virales de elites bailando en orgías mientras el planeta ardía.

 Capítulo 3: La Gran Evasión Telefónica

El siguiente objetivo: los teléfonos móviles, esos chivatos de bolsillo que traficaban datos personales a las bandas criminales. En Barcelona, el club organizó una «fiesta de Faraday» absurda, donde asistentes bailaban con cajas en las manos, metiendo sus móviles dentro para «liberar sus almas». La libertad de expresión floreció en conversaciones sin grabación: gente gritaba consignas contra la explotación humana, denunciando cómo los sorosianos traficaban personas en fronteras porosas, todo bajo el manto de «diversidad».

Una noche, un infiltrado globalista intentó sabotear el evento disfrazado de payaso, pero su propio móvil, sin caja, delató su posición. El club lo capturó y, en un acto de justicia poética, lo obligó a meter su teléfono en una caja gigante hecha de latas de sardinas recicladas. «¡Vive sin rastreo, lacayo!», le gritaron. Así, salvaguardaron la seguridad personal: sin tracking, las bandas no podían acechar a víctimas potenciales. Juan, ahora líder, predicaba: «En un mundo libre, no hay esclavitud digital. ¡Hecha la ley, hecha la trampa!»

El absurdo alcanzó cotas hilarantes cuando el gobierno decretó que las cajas eran «armas de desobediencia masiva». El club respondió fabricando cajas invisibles —en realidad, bolsas de patatas fritas forradas de aluminio— y las distribuía en mercados negros disfrazados de ferias de arte conceptual.

 Capítulo 4: El Asedio de las Élites

Las élites, lideradas por un villano caricaturesco llamado Lord Degenerado —un híbrido de banquero y estrella de rock con aficiones inconfesables—, contraatacaron. Enviaron hordas de drones con forma de ojos flotantes a cazar cajas de Faraday. En Valencia, el club montó una defensa absurda: una cadena humana de votantes de VOX cantando óperas mientras agitaban cajas como maracas. Los drones, confundidos por el ruido, chocaban entre sí y caían como moscas ebrias.

María, la maestra, lideró una campaña para educar a los niños en escuelas clandestinas: «La propiedad privada es sagrada; no dejes que los sorosianos te roben el alma». Pedro recuperó su granja armando vacas con collares Faraday, convirtiéndolas en «guardianas invisibles». Lola hackeó el sistema central de vigilancia, insertando bucles infinitos de gatos bailando para colapsar servidores.

Pero el clímax absurdo llegó en una manifestación en Madrid: miles marcharon con cajas en la cabeza, gritando por un mundo sin tráfico de personas. Las bandas criminales, privadas de datos, se volvieron contra sus amos, traficando en su lugar estatuas de elites derretidas. Lord Degenerado, en pánico, ordenó un apagón global, pero el club había previsto: sus cajas no solo bloqueaban señales, sino que generaban mini-redes de libertad.

 Capítulo 5: La Revolución de las Cajas

En el apogeo de la distopía, el club lanzó la «Operación Trampa Final». Infiltraron el Parlamento Europeo, disfrazados de burócratas con cajas bajo las chaquetas. Juan presentó una ley absurda: «Toda baliza V16 debe ir en una caja de Faraday para ‘proteger la privacidad ecológica'». Los globalistas, atrapados en su propia retórica, la aprobaron por error.

España estalló en caos liberador. La libertad de expresión regresó en torrentes: podcasts anti-sorosianos brotaban como setas. La propiedad privada se fortificó con murallas de cajas. La seguridad personal se aseguró al desmantelar bandas, ahora sin herramientas de rastreo. Los depravados elites huyeron a islas privadas, perseguidos por drones rebeldes programados para emitir sermones morales.

El absurdo triunfó: votantes de VOX, antaño marginados, eran héroes. «Hemos salvado España de la esclavitud», proclamó Juan, levantando su caja como un trofeo.

 Epílogo: El Sueño de la Libertad Eterna

Años después, en un España renacida, las cajas de Faraday se convirtieron en reliquias museísticas. Juan, anciano, metía su baliza V16 en la caja cada noche, recordando la lucha. Los sorosianos eran un chiste olvidado, las élites degeneradas reducidas a memes. El mundo era libre, sin explotación, donde la ley se doblaba ante la trampa ingeniosa. Pero en la sombra, una nueva agenda acechaba… ¿Agenda 2040? Juan sonrió: «Siempre habrá una caja lista». Y así, el ciclo absurdo continuaba.